Del sol en el aire y de algunos restos de nieve destellando en la fría mañana luminosa de febrero, otro regalo.
Y de los ocho libros de tapas duras y del mismo título que recibo, de la Colección Austral Singular, Barcelona 2010, una traducción y edición reciente de Miguel Salmerón de La metamorfosis y otros relatos de animales de Franz Kafka, que se añaden a los fondos de la biblioteca hace unas horas.
De la llamada materna, especialmente sentida, doy cuenta del mismo modo a como destaco el comienzo del último de los relatos de esta obra del maestro de Praga, Josefina, la cantante, o el pueblo de los ratones (marzo, de 1924) p. 225.
'Nuestra cantante se llama Josefina. El que no la ha escuchado no sabe del poder del canto. No hay nadie a quien su canto no arrebate, y esto es prueba de su gran valor, pues en general a nuestra especie no le gusta la música. Nuestra música preferida es la silenciosa calma. Nuestra vida es dura y, aunque intentáramos sacudirnos de todas las preocupaciones cotidianas, no podríamos acceder a cosas tan lejanas de nuestra vida común como es la música. Pero no nos quejamos mucho, más bien no nos quejamos ni una sola vez: estimamos que nuestra principal virtud es cierta astucia práctica que nos resulta totalmente indispensable, y con la alegría de tener esta astucia nos consolamos de todos los males, aunque alguna vez despierte en nosotros -lo cual no ha ocurrido- la demanda e libertad que parece incitar la música. Sólo Josefina es una excepción; le gusta la música y sabe comunicarla, ella es la única; con su marcha la música desaparecerá de nuestra vida, y quién sabe por cuánto tiempo.'
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