Eran las doce del mediodía, sentados en uno de los tramos de acceso al edificio, a la sombra, sí, concentrados en su estar. Se veía a lo lejos la fortaleza del vínculo, de la relación que se ejercitaba con entrenamiento, sostenida.
Porque me llegué a ellos y seguían en su travesía de amor, activando el vínculo y la alegría, el bienestar y la grandeza, su propia acción intelectual, visual, activa, aún cuando estaban aparentemente relajados, a la espera.
El juego que tenían era el clásico del veo - veo. Una mamá, Laura, y su hijo Mateo, de 4 años, jugaban a la observación y la pregunta, todo un micro-mundo de exigencia en sí mismo, para su vivencia compartida y original, única. El pequeño con sus objetivos inmediatos, la mamá, con sus tiempos y esperas, la dinámica propia del momento.
Horizontes de emoción compartidos, y hubo más, sí, porque a la una y media de la tarde, me visitaban y nuestro joven protagonista me animaría a dejar la tarea, que la selección española jugaba, a las siete de la tarde... en el europeo..., otra cita verdadera.
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