Acabo de darme un premio dulce.
Creo que lo necesitaba. Y lo disfruto, sí, a propósito. Todavía conservo el sabor acre del chocolate negro en el paladar. Quería darme un premio. Y lo tomo como tal. Como pausa y agrado, en la satisfacción del trabajo bien hecho aún cuando siga inacabado. Porque seguimos en las tareas y se van sucediendo otros asuntos que mirar, otros momentos.
Un regalo más, porque he podido contar algún que otro momento valioso e inesperado. Observar, por ejemplo y de pasada, cómo una capita de punto va tomando forma en manos diestras y esmeradas, a las que el corazón guía...
Son premios, sí, premios mínimos en el correr de la mañana.
Que por la tarde, en Oviedo, se recibirán otros de gran mérito.
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