Cuesta mucho sostener los ejercicios rutinarios que se nos van proponiendo desde que despertamos, unos inconscientes, otros bien planificados y asumidos, otros que nos va marcando la convivencia y el trabajo cotidiano, por el que recibimos un salario al final de mes, cuando la semana termina, cuando el día se recoge en nuestros sueños...
Ocurre que, cuando llegamos a la automatización de muchos de estos gestos y arranques, nos damos cuenta de su sabor, de su valía, nuestra sal necesaria y abundante, la que sostiene nuestra vida.
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