jueves, 21 de enero de 2016

Hace un año

(Y mi madre aquella mañana.

 -¿Pero es que no lo ves?)

Hace un año vivía la experiencia del adiós y me costaba entender las señales que nos llegaban una tras otra, inequívocas para un corazón más sano.

Entonces la ceguera tendría sus consecuencias, porque fueran tres los momentos en los que la desorientación ganaba la partida en los desplazamientos, que fueron varios. Madrid parecía otra ciudad ante mis ojos que lloraban. 

Un despiste llegó a la hora del almuerzo, el otro en la merienda y el postrero, más allá de la cena. A eso de las once de la noche estaba perdida y acompañada, menos mal, bajo la lluvia que se llegaba. 

(- Lo vamos a conseguir. Saldremos de aquí. Llegaremos con bien a casa.)

Y la noche envolvía de velocidades la gran marcha girada.

Una jornada para la vida en su grandeza, en su poderío y diversidad, una suerte de cumplimiento amoroso en la renuncia, aún cuando entendamos muy bien a Lorca cuando escribe que la vida no es buena, ni noble, ni sagrada.



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