Apreciaba la mirada de una mujer de cierta edad a la que conocía de vista, había coincidido con ella en más de un acto y reconocía alguna de sus participaciones valiosas, cuidadas y decididas.
Es lo que pude experimentar cuando se acercó a mí, el sábado por la tarde, con los brazos abiertos, con todo su aroma y valía. Tan de verdad el momento, tan inesperado y rotundo que me vine abajo. Era la belleza sentida que, como al poeta José Hierro, también a mí me hizo llorar.
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