He
soñado con mi madre esta noche. Nos adentramos en un río caudaloso y azul. Llegamos a sus orillas bajando por un sendero
desconocido y salvaje. Íbamos a bañarnos.
La
grandeza y claridad de su corriente. Sí, estábamos allí, pensando en el empuje de
su caudal, recostadas en la pared de tierra que nos sostenía dulcemente. El
majestuoso galopar de la masa celeste, el poderío de su movimiento interior,
más presentido que observable, nos dejaba al margen de su impetuoso avance. Había gente en la
zona, pero sólo teníamos ojos para el gran río, poderoso gigante…
Estuvimos en sus aguas y la experiencia era sorprendente grata, indescifrable,
suficiente. Habíamos hecho el camino para la
inmersión y comenzamos a subir por el sendero hasta la parte más alta
y relajada, juntas y con las ropas secas, con naturalidad.
Sin
embargo, algo había llamado mi atención, en una de las piedras de la orilla, y quise saber de su luminosidad destacable. Mi madre se quedó, esta vez, arriba. Empecé sendero ascendente sobre arena roja que se cortaba
en pendiente. Tuve alguna dificultad en uno de los tramos zigzagueante, porque que se cerraba y necesitaba su apertura urgente. En aquella posición dudosa, desorientada e inestable, cuando estuve a punto
de caerme, decidí cambiar el rumbo y bajé de la cumbre, de la zona desierta donde los asideros eran imposibles, giré hacia el valle.
Fue
entonces cuando empezó a llover y el paisaje cambió radicalmente. Eran las
formaciones rocosas de la Playa de las Catedrales, el mar y la lluvia lejana, refugiada en las galerías techadas que cubrían parcialmente el horizonte. Podía admirar otro panorama sorprendente.
Un doble salto mortal en el tiempo me llevaba del valle meridional, con el río
Guadalquivir en su azul y esplendor mayestático, a la costa norte. Pensé
que mi madre estaba más arriba y cómo encontraría un tranquilo
acomodo, ciertamente. Yo, como en el cielo, disfrutando, la paz y la belleza, flotando... Ya
el mar, ya el agua cayendo entre los arcos rocosos. Ya
el río, inmenso en el azul caudaloso y fresco, generoso, porque estuvimos
en él, contentas, a su lado. Alejarse de su fantástica orilla tenía peligro, la velocidad de su
curso en remolinos, por ejemplo.
Era
el sueño segundo. Antes, había sido el turno de varios ensayos en el canto , el avance en los pasos definidos.
Puedo decir que la realidad ha sido muy diferente. He dormido mal, me he despertado en tres ocasiones y me he
levantado otras tantas.
Cené tarde, boquerones en vinagre caseros con el pan de barra
de Amasa, que me gusta tanto. El sueño llegaba más allá de las dos de la
madrugada. Durante el día, vivencias emocionantes sazonadas de encuentros,
presentaciones y saludos, tras la compartida Semana Santa, en la primera Semana
de Pascua. Sí,
mucha agitación y alegría, algunos proyectos, ciertas esperanzas…
Hemos puesto bases amorosas en el principio y ahora queda todo por
hacer... Sí, en la confianza. De
lo que se trata.